Mustia; cansada de soñar fantasías, de aquellas que de sólo pensarlas encienden una chispa, cargadas de amor, ilusión, pasión y desenfreno.
Fue feliz, feliz mientras albergó aquellas ilusiones que de tanto pensarlas la sacaron de quicio.
¡Cuánta pasión había en sus ojos!, aquel desasosiego que la inundaba no la dejaba concentrarse en nada más que no fuera su amor, amor que de posible poco tenía, pero que en su imaginación vivía y revivía las historias más románticas y apasionadas que dos seres podían experimentar; era su mente, el lugar donde atesoraba aquellos besos que nunca había dado, los abrazos que tanto anhelaba estrechar y aquellas caricias que esperaba dar y recibir de su amor lejano.
Se deseaban, se deseaban tanto el uno al otro como niño ansioso que espera su regalo de cumpleaños, mas apagaban su pasión depositándola en otro, creyendo que de esta forma saciarían sus deseos, pero fracasaban; fracasaban y lo sabían; sabían que tarde o temprano iban a estar juntos, aun cuando la duda les asaltaba en medio de las noches y el transcurrir de los años decían lo contrario.
Se amaban, aun sin conocerse, tanto así que no podían disimularlo; el hecho de escuchar sus voces despertaba en ambos una danza interna, produciendo un cosquilleo placentero, de esos que surgen en momento de conquista; su amor traspasaba todas las barreras físicas que los separaban y qué hasta ese entonces podían imaginarse.
Palabras irónicas, y un tanto indiferentes, intentaban disimular el ardiente deseo de sus corazones, y más que de sus corazones, de sus mentes; el deseo de verse, tocarse y sentirse, los hacía caer sumisos a la espera, llegando incluso a fornicar con la propia soledad.
Aquella niña, que había conocido años atrás, se había transformado en una mujer, una mujer que aprendió a soportar todo cuanto le vino con tal de esperarlo, y cómo no, si era el amor de su vida.
Por años atesoró este sentimiendo, quizás sufrió más que él, tal vez era sólo un capricho, pero algo en su corazón le hacía no darse por vencido; el anhelo de su corazón la hacía soñar, creer que algún día podría ocurrir un milagro, y que aquel encuentro que tanto añoró se concrete, y se concrete de tal forma que sea mejor que en sus mismos sueños. ¿Cómo hacer que aquella situación se revierta y no fuese tan sólo un sueño, una ilusión?...
Aún espera, tal vez ya no con las mismas ganas de antes, pero no pierde las esperanzas; espera creyendo que aquel hombre, que un día despertó en ella las ilusiones y sentimientos más hermosos que se puedan vivir en aquella edad, precoz aún, con sus pechos juveniles y su piel aún con olor a muñeca, se transforme en algo más, en algo más que un simple sueño.