lunes, 27 de noviembre de 2006

Desiderátum

Sumido en una presunción viril, jactancioso,
provisto de un insoslayable deseo lúbrico de pasión,
de un hambre violenta el adorno,
como un alfaguara que desafuera la dádiva
y atenta contra la ley como un acto violento a la eternidad,
abjura contra lo alto y cae en su propio onanismo
recio, su naturaleza exterioriza fastuosa
que enloquece la fémina oblación
y especula,
primoroso entrega su pudor,
desfogando vías extremas
que infligen o eximimen el escarmiento venidero
ostentando su belleza, certero,
que incita felicidad bienaventurada
de impetuosa alegría desgreñada

domingo, 19 de noviembre de 2006

Ausencia

(Para los que no pudieron leer por razones de no-entendimiento a mi técnica utilizada esta vez)
Luego del adiós ya no queda más que resignación.
Ansias locas de verse y tocarse vienen a atormentar la oquedad que ha quedado. Sentirse, besarse, estrecharse entre los brazos; satisfacer sólo uno de estos apagaría el ardiente deseo de estar junto a aquella persona, mas no se puede, y ese saber de que kilómetros separan es algo inevitable que viene a empeorar aún más la angustia que la partida ha dejado.
Mira a su alrededor, un radiante sol ilumina el cielo y el paisaje circundante; un verde esplendor recorre los más recónditos lugares, pero no le interesa, no quiere estar ahí. Tampoco estaba sola, acompañábanle extraños seres; lo sabía porque escuchaba sus voces.
Ausencia, razón de su ansiedad; todo le era monótono, inclusive el día, que antes disfrutaba, ahora le era indiferente, como una mancha más del camino.
Quería gritar, huir, salir de algún modo de esa desesperación en la que se encontraba, mas tenía que contenerse. Cómo detener el tiempo y volver a los minutos previos junto a su amado, donde la distancia no era razón de su desdicha...
Ahora sufre, sólo le acompañan las caricias invisibles, las palabras ya pronunciadas y el sabor de sus besos ahora distantes.

martes, 7 de noviembre de 2006

Viviendo entre un sueño

Mezcla de pena y rabia inundaban su corazón. Su anhelado sueño de ser feliz y realizar aquellas acciones que, para ese entonces sólo observaba, era algo que le quitaba el sueño.
Miraba a su alrededor, una pareja sonreía al chinchineo de sus emociones. Camina, y luego vuelve a sentir lo mismo.
Cuándo llegaría su turno -pensaba-, cansada ya de su desdicha comenzó a retraerse, a deprimirse poco a poco, en silencio, pensaba que nunca llegaría su turno, pues si bien no le faltaban oportunidades, nunca había podido sentirse como realmente deseaba.
Había comenzado a resignarse, pero no sin perder las esperanzas; no quería creerle a ese pensamiento que le negaba la felicidad que tanto anhelaba, y así se mantuvo por años, entre ambos bandos. A ratos solía desviarse del camino hacia uno de los dos extremos, mas ahora se encuentra disfrutando, se da cuenta de que la realidad que ahora vive es la que antes tan sólo disfrutaba en la imaginación y cómo no haber razón para estar feliz, si ahora es ella el motivo de observación.

lunes, 6 de noviembre de 2006

Una cita conmigo



Después de merodear entre la gente y mis actividades diarias decidí tener una cita conmigo.
Me preparé lo más rápido posible, busqué de entre mis viejas ropas la que más cómoda me hizo sentir; luego maquillé mi rostro, lo hago en ciertas ocaciones, cuando prefiero ocultar mi verdadera identidad.
Me fui al lugar donde habíamos quedado en reunirnos; tardó en llegar. Mientras tomaba un café sentí que alguien me observaba, era una mirada penetrante, que traspasaba mis pensamientos más íntimos; por un momento me sentí desnuda y quise huir, pero me contuve.
Había llegado el gran momento y los nervios que antes disimulados saludaban, ahora aparecían estrepitosos de entre lo profundo de mi ser.
Ahí estaba ella, con su timidez de siempre y cuestionamientos un tanto extraños, pero no lejos de ser sabios. Hablamos por varios minutos, tal vez horas; su rostro me decía que había cambiado, tal vez un poco más madura; sí debe ser, esto de no verse durante un tiempo hace notar los cambios. Pero algo me decía que no se sentía cómoda, que había algo en ella que la sacaba de aquella conexión exquisita que siempre antes habíamos logrado conseguir; intenté obviarlo, mas los minutos siguientes corroboraron a mi temor. Había cambiado, ya no era la misma; aquella chiquilla moza inocente que muchos creían se había convertido en una mujer, ya no con la tristeza de antaño, sino que ahora gozaba de los regalos que Dios y el destino le habían entregado.
No recuerdo cuándo ni cómo fue que nos despedimos, pero sí sé que algo en mi cambió, y es que había sido contagiada con la dicha de mi vida.